ESTA VIDA SÃO DOIS DIAS
leitura para o fim de semana
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Los nuevos rastreadores de arte moderno
Son jóvenes directores de museos y conservadores con fino olfato para comprar arte contemporáneo en las galerías y ferias internacionales. Se “pelean” a diario con marchantes y destinan parte de su millonario presupuesto en apostar por nuevos creadores y obras de vanguardia.
La muchedumbre deambula, hace corrillos, charla y pasea los ojos por catálogos y revistas de postín. Se entremezcla por los stands y las instalaciones, a ver si se empapa de las esencias del diseño, o le entra en la sesera esa performance tan escandalosa de la que hablan los periódicos. Unos se entretienen en el runrún del arte contemporáneo; otros van al grano, chequera en mano. La escena es común en las ferias de arte moderno. Ocurre en Art Basel, en Suiza, olimpiada de la vanguardia; la secuencia encaja en las citas del vanidoso Miami; no obviar la FIAC de París, gran dama de la modernidad, o Madrid, con ese encuentro temático llamado ARCO (esta edición del 9 al 13 de febrero, con Austria como inspiración), certamen que cada año crece en objetivos, cifras y eco mediático. Aristócratas, coleccionistas anónimos, clase media con pretensiones, visitantes oficiales, entendidos, millonarios tras un óleo de Lucien Freud o una fotografía de Manta Ray… Y por último, los profesionales que manejan el sector: marchantes, galeristas y, sobre todo, conservadores y directores de museos y centros de arte que rastrean como sabuesos el mercado en busca de nuevas piezas para aumentar sus colecciones permanentes. Persiguen las creaciones de ese artista tan prometedor, gangas imposibles, piezas que luego serán disfrutadas por el gran público en museos como el Reina Sofía, el IVAM levantino, el Artium de Vitoria, el Centro Galego… Comprar y vender algo tan volátil en su cotización —arte no superior a 125 años de antigüedad si hablamos de clásicos, no más de 30 las piezas más recientes— es un tira y afloja con varios ceros a la derecha, regateos y una atenta mirada
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Son jóvenes directores de museos y conservadores con fino olfato para comprar arte contemporáneo en las galerías y ferias internacionales. Se “pelean” a diario con marchantes y destinan parte de su millonario presupuesto en apostar por nuevos creadores y obras de vanguardia.
La muchedumbre deambula, hace corrillos, charla y pasea los ojos por catálogos y revistas de postín. Se entremezcla por los stands y las instalaciones, a ver si se empapa de las esencias del diseño, o le entra en la sesera esa performance tan escandalosa de la que hablan los periódicos. Unos se entretienen en el runrún del arte contemporáneo; otros van al grano, chequera en mano. La escena es común en las ferias de arte moderno. Ocurre en Art Basel, en Suiza, olimpiada de la vanguardia; la secuencia encaja en las citas del vanidoso Miami; no obviar la FIAC de París, gran dama de la modernidad, o Madrid, con ese encuentro temático llamado ARCO (esta edición del 9 al 13 de febrero, con Austria como inspiración), certamen que cada año crece en objetivos, cifras y eco mediático. Aristócratas, coleccionistas anónimos, clase media con pretensiones, visitantes oficiales, entendidos, millonarios tras un óleo de Lucien Freud o una fotografía de Manta Ray… Y por último, los profesionales que manejan el sector: marchantes, galeristas y, sobre todo, conservadores y directores de museos y centros de arte que rastrean como sabuesos el mercado en busca de nuevas piezas para aumentar sus colecciones permanentes. Persiguen las creaciones de ese artista tan prometedor, gangas imposibles, piezas que luego serán disfrutadas por el gran público en museos como el Reina Sofía, el IVAM levantino, el Artium de Vitoria, el Centro Galego… Comprar y vender algo tan volátil en su cotización —arte no superior a 125 años de antigüedad si hablamos de clásicos, no más de 30 las piezas más recientes— es un tira y afloja con varios ceros a la derecha, regateos y una atenta mirada
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