LA CALLE ES MIA
Rosa Olivares
Eso es lo que parecen pensar cantidad de gestores culturales, comisarios, artistas y todo tipo de personajes que se dedican a llenar nuestras calles, parques, montes y rotondas de objetos más o menos artísticos, más o menos interesantes, y de llenar nuestros calendarios de encuentros, simposios, congresos, etc., sobre arte público. Realmente es una situación curiosa, es como si no supiéramos qué hacer con unas ciudades en las que, tal vez, el urbanismo y la arquitectura no han sabido completar su círculo de habitabilidad. Algo falta, al parecer. O tal vez sea la añoranza del monumento, de esos héroes que ya no pueden existir pues no hay más tierras que conquistar, ni más países que liberar, ni más guerras que ganar. Después de miles de esculturas al soldado desconocido, pasamos a ver otras tantas en homenaje a la democracia, a la constitución, y más recientemente, a las víctimas. Testimonios que la sociedad no reclama más allá de un círculo relativamente pequeño de afectados o interesados. Por qué las ciudades se empeñan en decorar las rotondas de entrada con esculturas inapropiadas que a nadie interesan y que nadie puede ver mientras conduce preocupado por otras cosas, sigue siendo un misterio solamente aclarado parcialmente por los espléndidos presupuestos que se destinan a...
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